viernes, 22 de octubre de 2010

Accidente

Ayer vacune a Berry, un cruce de pastor con mastín. Es uno de esos perros altos, delgados y muy nerviosos; y la razón de ese carácter es un profundo y continuo temor al mundo. Fue adoptado en una protectora por una joven pareja que residía en un chalet. Discutieron y el pobre animal acabó en pupilaje en una residencia. Su dueño va a visitarlo casi a diario, le da un paseo y unas golosinas.
A este tipo de animales hay que saber tratarlos. Te tienen que ver firme, pero sin brusquedad. Cualquier aspaviento puede desencadenar en un ataque de pánico. De esta forma, subimos al perro a la mesa de exploración, con cuidado pero sin permitirle ningún devaneo. Le tome la temperatura, le ausculté, le limpié por dentro los oidos y le inyecté la vacuna. No fue necesario ponerle un bozal. Berry es bueno.
Saliendo por la puerta, con el perro agarrado por la cadena, un niño pequeño, de dos años recien cumplidos, iba andando tambaleandose por la calle. Se zafó de la vigilancia materna, se dió media vuelta y se abalanzó sobre el perro. Todo pasó en un instante, ni la madre ni el dueño se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo. Ni el animal, que al sentirse repentinamente agarrado por el cuello, se asustó y reaccionó, con tan mala suerte que mordió al niño en el párpado. El propietario tiró de él, la madre corrió en auxilio de su hijo, pero el mal ya estaba hecho. Sangraba abundantemente y lloraba con desconsuelo.
Asustados, perro y dueño entraron en la clínica, preguntándose que había ocurrido. La madre cogió al niño y empezó a lamentarse. Salí a ver que le había pasado, le limpié la sangre de su carita y pude ver un puntazo muy feo en el ojo medio cerrado. La dije que fuera corriendo a buscar un médico, y es lo que hizo. Volví a entrar, el propietario del perro se lamentaba de lo ocurrido, el pobre animal no sabía dónde meterse; ninguno comprendia lo que había pasado.
Volvi a salir y la madre había desaparecido con el niño herido. Le dije al dueño que no se preocupase, que fuera a llevar al perro a su residencia y que ya le daría sus datos a los padres cuando vinieran.
No trancurrieron ni cinco minutos cuando empecé a escuchar sirenas. Vinieron unos diez policias y una U.V.I. móvil. Nerviosos, me preguntaron dónde estaba el animal, que por qué se habían ido. Intenté explicarles lo ocurrido, les di el teléfono móvil y salieron en su busca. Tal vez con una diligencia desmesurada. Una policía preguntaba a su compañero si tenían la cámara de fotos para retratar al animal, por si se trataba de un perro dentro del censo de razas potencialmente peligrosas. Otro preguntaba por radio el modelo y color del vehículo en el que iban. El más brusco, volvió a entrar a exigirme los apellidos y el domicilio del propietario, porque no respondía a sus llamadas. Antes de poder dárselo, le avisaron por radio que ya se encontraba de regreso.
Unos minutos más tarde, entró otro agente a tomarme los datos. Me preguntó un poco sobre lo que había pasado, anotó mi nombre y teléfono y por fin se fueron. Cuando cerré la clínica, una hora más tarde, pude ver cómo los policias seguian interrogando al propietario en la acera, junto a su coche mal aparcado en el que se encontraría sin duda Berry aterrado.
Desgraciado accidente, inevitable a mi entender. Al parecer, perro y dueño van a ser culpables por no llevar al animal con bozal. Hoy tengo que ir a la comisaría nacional a declarar. Me han dicho que el niño tuvo que ser intervenido durante más de dos horas y que aún no se sabe el alcance de las lesiones, pero pueden ser serias. Un precio muy alto por querer abrazar a un animal desconocido.

1 comentario: