viernes, 5 de febrero de 2010

Extraordinario

Comentaba lo que se pueden complicar las cosas cuando menos te lo esperas. La semana pasada, Musy, una canichita de 12 años, elevó el concepto a la categoría de lo sublime.
Bajaba andando hacia la clínica como de costumbre, cuando me encontré con su dueña. Al preguntarle ¿qué tal? (un "qué tal" genérico-genérico), me comenta que últimamente esta tosiendo bastante. Yo sabía que sufre una insuficiencia cardiaca desde hace años: una válvula cierra mal y parte de la sangre refluye, con lo que se produce una hipertensión en los vasos pulmonares y se acumula líquido en el pecho; consecuencia: el animal tose. Esto, que así contado parece tanto, es el pan nuestro en muchos perros pequeños con más de diez años. Le comenté que se pasara para auscultarla y ajustar la medicación. Y se pasó.
Aunque trato a Musy desde que recuerdo, el año pasado fue a otra clínica y le hicieron una ecocardiografía. Una prueba que debería ser de rutina, pero cuesta una pasta. Ausculté a la perrita, revisé los resultados de hace un año y sugerí que sería bueno contrastarlos con una nueva ecografía. Quedamos para hacer la prueba dos días después.
Ese jueves me acuerdo de que tuve una cirugía, y aunque no recuerdo de qué. A la una ya estaba Musy esperando al compañero que viene a hacer las ecos, Alberto. Le comento un poco qué tenemos, le doy los datos de hace un año y sin pestañear (y eso que este chico tiene pestañas, yo le llamo Bambi) pasamos a la perra y se pone a la faena. Yo me encontraba en el ordenador, terminando no sé que informe, factura o papeleo, por lo que no estuve en primera linea, aunque sí que fui escuchando algunas exclamaciones.
No le doy importancia a esas cosas hasta que sale el dueño con el perro y hablo sin tapujos con Alberto, cosa ardua porque los profesionales del diagnóstico lo primero que aprenden es a no mojarse. Así, cualquier cosa es "compatible con": aunque hayan visto un cochecito de juguete dentro del intestino, te dicen: "compatible con obstruccion por cochecito".
Sale la dueña con la perra y voy al caso. Le pregunto sobre qué tal el corazon, me dice que más o menos igual que hace un año, malo... Malo, porque las exclamaciones de antes y su cara me dicen que hay algo más. Y lo había: Resulta que los animales tenemos unas pequeñas glandulas encima de los riñones, las glándulas suprarenales (se han herniado poniendo el nombre), cuyo único fin es segregar unas microgotas de hormonas cada día, eso sí, todos los días. A menudo, de tanto trabajar, les da por crecer y pasan de sus 0,7 cm de diametro medio a un centímetro, o uno y poco, con el consiguiente incremento proporcional de hormonas, y el consiguiente desequilibrio de varios órganos. Pues bien: Musy tenía una glandula de 5 cm de diámetro dentro de la vena cava.
Cuando me lo dice, me sonrío, pienso que o no se ha expresado bien o yo no he oido bien. Repite.
Al parecer se trata de un tumor, no tan raro, de la glandula, que le da por crecer por dentro del vaso que la alimenta (la arteria frenico gástrica derecha) y de ahí, pasa a la cava, la vena mas grande del cuerpo, como si se metiera un globo de agua dentro de un tubo y lo fueramos llenando. Solución: hay que quitar eso.
Llamo al cirujano con el que trabajo para este tipo de cosas y resulta que se ha ido el día anterior de vacaciones durante tres semanas. Su ayudante, Carlos, muy buen cirujano también, me comenta con voz quebradiza que operar eso no es que no se pueda operar, pero que lo mismo no sale...
Lo bueno de todo esto es que la perra está estupenda. Tose, mejor dicho, tosía, porque con un leve cambio en la medicación ha mejorado y mucho. Le he prescrito unos comprimidos para paliar el exceso de hormonas y, por ahora, todo va bien. Y lo que va bien, va bien; en lo nuestro a veces es mejor esperar y no tocar... ya contaré el desenlace, me temo que no dentro de mucho.

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